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martes, 15 de febrero de 2011

El jardín de las delicias, El Bosco

Grandes obras de arte
Placeres desconocidos
El jardín de las delicias, El Bosco


Placeres desconocidos
Panel central. Allí, las figuras aluden a una aparente armonía entre la humanidad y la naturaleza. En la otra página puede verse un detalle de esta pieza, con extraños acróbatas, parejas y nadadores. / Museo del Prado, Madrid. Gentileza Editorial BlumeVer más fotos

Imaginen la siguiente escena: allá por 1517, uno ha sido invitado por Enrique III, conde de Nassau-Breda a su lujoso palacio en Bruselas. El anfitrión nos lleva a ver uno de sus famosos tesoros, un gran retablo pintado, probablemente encargado por él mismo una década atrás. Al principio uno queda desconcertado por la escena que se ve en el exterior de las puertas cerradas, un paisaje monocromo y desolado contenido en una esfera de cristal. Un pequeño Dios lo sobrevuela, Biblia en mano. Es el tercer día de la Creación, y bajo El se halla el mundo antes de la llegada de la Humanidad. Entonces se abren las puertas, y uno se ve abrumado por la fantasía más provocadora de toda la pintura gótica y renacentista, atraído hacia un intrincado laberinto de colores e incidentes alucinantes. Se encuentra ante la mayor obra de Hieronymus Bosch, El jardín de las delicias.

Los orígenes y el significado, incluso el verdadero título de esta obra, se han perdido para la historia. A lo largo del siglo pasado, este enigma deslumbrante se ha interpretado como una parábola del pecado de lujuria, del renacimiento del mundo tras el Diluvio, de la alquimia, la herejía, la astrología o de un rito de "matrimonio paradisíaco" de una secta a la que habría pertenecido El Bosco. Algunas o todas estas cosas pueden haber influido en la visión del artista, a la vista de cuya obra está claro que era tanto un moralista como un individualista. El hecho de emplear el formato tradicional del tríptico de altar, que se lee de afuera hacia adentro y, por dentro, de izquierda a derecha, sugiere que se trata de un comentario sobre la religiosidad contemporánea. El interior de la hoja izquierda muestra una visión relativamente convencional del Paraíso: en primer plano vemos a Dios (como Jesús) presentando a Adán y Eva. Aparecen rodeados de flora y fauna tanto reales como imaginarias. La forma fálica con aspecto de crustáceo que aparece en el centro de la tabla es la Fuente del Paraíso, que riega toda la Tierra; en su base hay un búho, depredador nocturno, sabio pero despiadado, una posible alusión a la falta de inocencia de la naturaleza y la inminente caída del hombre. El panel central parece representar una extraña orgía. Retrata un paraíso terrenal que nunca existió ni existirá. Una mirada más atenta revela una escena extrañamente inocente de armonía entre la humanidad y la naturaleza, y entre razas diversas. La imaginación del Bosco es oscura y surrealista, de modo que incluso en esta carnavalesca escena de placer sin trabas se percibe un aire de amenaza. Al fondo, cuatro grandes estructuras biomórficas representan las cuatro regiones del mundo, cada una de ellas sobre un río; los cuatro ríos confluyen en el centro, donde un futurista minarete de fertilidad cósmica surge del lago rodeado por parejas que retozan. Por toda la tabla, hombres y mujeres disfrutan recíprocamente de sus cuerpos, salvo en la parte central, donde parece tener lugar una ceremonia de cortejo en la que ambos sexos están separados. Además de las invenciones de su imaginación, El Bosco llevó al contexto bíblico las expresiones populares coetáneas del proverbio y la parábola. El estilo paródico, si no el contenido, de esta miríada de actos eróticos y bestiales habría resultado familiar para el público popular de la época. En la tabla central se representa un mundo ideal que no es el Cielo cristiano, sino un paraíso terrenal inventado por El Bosco. No hay en él niños ni muerte: lo pueblan figuras idealizadas de edad indeterminada que son como niños en su disfrute fácil de los placeres del cuerpo. En su vertiente moralista, El Bosco nos muestra el Cielo en la tierra como una hermosa pesadilla. La noción de una sociedad ideal imaginaria debía de estar en boga por entonces, en plena era de los descubrimientos.

El panel derecho muestra el Infierno. Aquí no existe naturaleza alguna, y todos los tormentos son de la mano del hombre. Instrumentos musicales inventados para el placer se han convertido en herramientas de tortura. En el centro del panel se encuentra una de las imágenes más famosas del pintor: un hombre árbol con una taberna en su interior y sus piernas asentadas sobre dos barcas. Muchos estudiosos consideran el extraño rostro que mira de soslayo como un autorretrato.

Lo que El Bosco nos enseña en esta asombrosa pintura es quizá que el Paraíso no se encuentra en el referente bíblico del panel de la izquierda ni en el mundo real y corrupto de la derecha, sino solamente en el centro, en la imaginación del propio artista.

Por Grayson Perry
1505
Oleo sobre tabla
220 × 390 cm
Museo del Prado, Madrid

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