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jueves, 10 de junio de 2010

Agustín Alezzo: "Me enferma la gente que se cree importante" SABADO 07 ABR 2007

EL CONFESIONARIO

Agustín Alezzo: "Me enferma la gente que se cree importante"

Riguroso, creativo y prestigioso. Actor, director y referente clave en la formación actoral, le incomoda que lo llamen maestro. Retrato de un hombre que enseña, aún cuando no se lo propone.


Silvina Lamazares
slamazares@clarin.com


La serenidad lo acompaña, la sabiduría lo define. Lo aturden los ruidos, las fiestas, las banalidades y, más aún, las vanidades. Aliado a un bastón que le guía los pasos —aunque él bien sabe hacia dónde no ir, jamás—, confiesa que le incomoda que lo llamen maestro. "Maestros, creo, hay pocos. Yo he conocido dos muy grandes: Hedy Crilla y Lee Strasberg. Lo que yo hago es introducir a la gente en lo aspectos esenciales del trabajo del actor y acompañarla en su proceso. Sé algunas cosas, las aplico y sigo estudiando. No creo que sepa lo suficiente, nunca. Me parecen tan ridículos los que se dan aire... A mí me enferma la gente que se cree importante", reconoce Agustín Alezzo, el nombre más recurrente en las hojas de ruta de los actores.

Todos los que dicen haber sido sus alumnos, ¿lo fueron finalmente?

No, claro que no. He llegado a conocer alumnos que nunca tuve... Más de uno ha mentido. También hubo quiénes tomaron pocas clases y lo cierto es que en unos meses no se forma nadie.

Si lo sabrá el hombre que evitó los atajos, desatendió los mandatos y agitó la bandera de la coherencia, tanto en la vida como en su arte, en caso de que se trataran de dos cosas diferentes.

En la tranquilidad de un feriado, con una torta de almendras y unas cuantas rondas de café que él mismo preparó, se entrega a una charla cálida, abrigada por su memoria, hilvanada por un camino que desconoce las concesiones. Su voz, suave y contundente, se hace oír en su casa sólo cuando sus dos perras aceptan callar. Afuera, Palermo marca su ritmo. Adentro, una pileta climatizada, un parque arbolado, una biblioteca abigarrada y un libro de Stanislavsky sobre la mesa dan cuenta de quién la habita.

A los 71 años, con una obra en cartel —dirige la impecable Yo soy mi propia mujer— y 60 puestas en su haber, Alezzo cuenta que "cuando terminé el bachiller y decidí dedicarme al teatro, empezaron las dificultades con mi madre y mis padrinos (su padre murió cuando él no había nacido). Ellos querían que siguiera una carrera, entonces me anoté en Derecho, pero a los tres años abandoné. Mi madre presionaba mucho contra mi rebeldía, hasta que largué y ahí llegamos a la guerra total". Y eso que se llamaba Santita. Claro que su hijo no se la hizo fácil: "Desde pequeño, desde que había visto zarzuelas, óperas, cine... Yo sentía que quería eso. Y no me equivoqué. Cuando entré a Nuevo Teatro me encontré con jóvenes que tenían las mismas aspiraciones que yo. Con Augusto Fernandes nos hicimos muy amigos y comenzamos a leer ávidamente todo lo concerniente a la actuación. En esa época, cuando Perón clausuraba teatros y nosotros salíamos a repartir volantes perseguidos por la Policía, empezaron a caer las películas dirigidas por (Elia) Kazan y eso fue un descubrimiento. Era un nuevo tipo de actuación y dijimos eso es lo que queremos. Los actores estaban vivos, no tenían clichés. Lo que se buscaba era vida creativa a través de la actuación".

Mientras se ganaba las monedas con lo que fuera, se obsesionaba por la formación. En el 57, luego de integrar el grupo Juan Cristóbal, él y sus compañeros se sumaron a La máscara —emblema del compromiso y la calidad— "y contratamos gente para el trabajo vocal, corporal... Y nos preocupamos por encontrar a la persona que nos introdujera en el método de Stanislavsky: probábamos y echábamos. Hasta que conocimos a la Crilla".

¿Era buen alumno?

Sí, muy bueno. Amaba totalmente el trabajo y creía en lo que me enseñaba. Después me dirigió en varias oportunidades y yo la elegí para que actuara en mi primera obra como director.

De La mentira, estrenada en el 67, recuerda que "fue un fracaso de público y siento que es uno de los mejores espectáculos que he montado". De sus puestas también elige Sólo 80, Cartas de amor en papel azul y el unipersonal de Julio Chávez, de quien no se priva ni un solo elogio.

En una tarde para no olvidar, se enhebran los detalles de cuando el ex presidente José María Guido, al asumir, clausuró La máscara. El relato de su paso por Perú y Europa. Su mirada sobre la suerte ("considero que es uno de los elementos fundamentales de la vida"), sobre el teatro ("lo veo como un arte al que hay que dedicarle la vida... lo demás me parece comerciante"), sobre el reconocimiento ("a mí me gusta vivir tranquilo, nunca he buscado que me pusieran en ningún sitio"). Sus ceremonias cotidianas: "Todos los días hago mis ejercicios en la pileta (la operación de un tumor cerebral le dejó una secuela en un pie) y no me duermo sin leer un par de horas. También me junto seguido con los amigos a comer y charlar a fondo".

¿Noches regadas con tinto?

No, entre otras cosas me prohibieron el alcohol. Mire, lo que más extraño no es el vino, es el whisky. Qué rico que es.

¿No puede ni un poquito?

No. Bueno, ¿quiere que le sea franco? Anoche, por primera vez en seis años, tomé una medida de whisky. Lo probé y me dije "cómo me estoy perdiendo esto, Dios mío".

Sabe el sabor de lo bueno el hombre que ha sabido vivir. El hombre que enseña, aunque uno, precisamente, no haya ido a tomar clases.

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